Ordenados y caóticos, metódicos e inconstantes, disciplinados e improvisadores. Todas estas, y otras muchas combinaciones imposibles, son las que surgen en las mesas de trabajo de nuestros alumnos cuando los ponemos a trabajar por grupos. Espacios de creación que a nosotros nos resultarán desconcertantes, pero que encierran su poética y su lenguaje.
Las instantáneas que ilustran este post pertenecen a mi 2ESOC. He repartido a los chavales por grupos de hasta cinco personas, entregándoles una guía de trabajo para que, entre todos, dividan un tema entero del L.I.B.R.O. y lo organicen en esta gigantesca cartulina que luego deberán defender de forma oral ante el resto de la clase. Todo ello en cinco sesiones además de la dedicada a las exposiciones. La evaluación del conjunto la realizaré mediante diversas rúbricas y una serie de cuestionarios donde los chavales valorarán el resultado de su grupo y el rendimiento de sus miembros.
Durante los primeros minutos de cada hora suele imperar el caos, el desorden, los gritos, el desconcierto. Pero poco a poco aquello se va convirtiendo en un espacio de trabajo autónomo donde cada vez me implico menos, donde de repente surge la duda y el interés por todos de escuchar, pues las explicaciones que pueda otorgar a cualquiera de los grupos pueden repercutir positivamente en el de cada uno.
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