martes, 1 de septiembre de 2020

Here we go again. Hablando de inicio de curso...

Tras una larga inactividad estamos aquí de nuevo.

Uno de mis propósitos para el curso que empieza es darle un buen empujón al blog. Comienza nueva etapa, cambio de IES, empiezo a colaborar en el programa "Tarde lo que tarde" hablando de educación una vez a la semana. Creo que es buen momento para colgar por aquí reflexiones que no tienen cabida (debido al formato...) en las RRSS y servirán para complementar los hilos y las chorradillas que voy subiendo por ahí.

Así, os dejo con una entrada bastante personal sobre la vuelta a las clases en medio de la pandemia, con todo lo que ha llovido y lloverá. La reflexión viene a ser una puesta en papel (bueno, en teclado de tablet...) de las palabras que intercambiamos Julia Varela y un servidor ayer, en el estreno del programa dentro de la parrilla de RNE.

¿Qué pienso yo sobre el inicio de las clases? Buena pregunta. Mucho se ha hablado y se hablará estos días (y estos meses, me atrevería a decir) porque se trata de un tema que nos afecta a todos... ¡y de qué manera!

Pues bien, lejos de actitudes derrotistas (que las adopto), de lamentos (que los ejercito todos los días) y miedos varios, yo lo que pido a mis compañeros, a mis alumnos... a la comunidad educativa en general, es que confiemos todos en la fuerza. Con la amenaza verde que tenemos este año las cosas van a ser muy diferentes. Es una situación totalmente nueva, donde en cierta manera todos ocupamos el rol de un nuevo alumno que llega a clase con miedo, con inquietud ante las novedades, la adaptación a los cambios, etc.

Evidentemente, la situación dista mucho de ser perfecta. Faltan recursos, falta planificación y faltan medios. También hay mucha crispación en el ambiente, incluso unas cuantas gotitas de alarma social, Y sin embargo, lo que yo hecho en falta es un poco de pedagogía. Nos han llenado los centros educativos de instrucciones, de protocolos, de modificaciones, pero creo que nos falta una buena sentada con los alumnos para explicarles el por qué de todo esto.

Los políticos, la administración, se suelen olvidar algo muy importante. El destinatario de todas las normas y protocolos de actuación, es decir, la persona que debe respetar todo esto para que funcione, el gran público al que se refieren dentro de un centro educativo, no es un adulto: Es un adolescente, un niño, que está en pleno proceso de aprendizaje. Y pienso que tiene derecho a saber por qué hacemos esto más allá de un protocolo sin sentido profundo, donde las imágenes y los testimonios desgarradores de sanitarios, de pacientes, se han escatimado. "Es un rollo”, dirán algunos chavales, totalmente indocumentados, “¿Jo tío, me tengo que lavar otra vez las manos?”, subrayarán otros, devorados por la vorágine de fake news, de sobreinformación que devora nuestro tiempo.

Creo que la administración debería confiar más en los chavales y su capacidad de adaptarse a las circunstancias. Pienso que si obrásemos así, concienciando en lugar de imponiendo, las cosas serían de otra manera. Y sin embargo, la situación discurre por otros derroteros. 

Da la sensación de que los mensajes oficiales tienen una visión muy alejada de la realidad. Para ellos, nuestros alumnos no protagonizan trastadas ni nada por el estilo. Son gente responsable y maravillosa que nunca se equivoca y lo hace todo bien… o eso piensa algún que otro político, claro.

Pues bien, los alumnos se equivocan, juegan, cometen errores… y aprenden de ellos. Sería genial que en ese punto pudiéramos entrar nosotros, pero se nos escatima esta oportunidad. La gran novedad que se presenta este curso es que en ese aprendizaje estamos metidos todos, toda la comunidad educativa luchando contra los elementos con unos medios en ocasiones inadecuados, pero persiguiendo un objetivo común, o eso me gusta pensar.

Es cierto que en educación no se pueden dar soluciones uniformes a los mismos problemas. No es lo mismo hablar de un centro situado en una cuenca minera de Asturias que otro en los suburbios de Madrid o en el Campo de Gibraltar. No es lo mismo hablar de los recursos con los que cuenta un colegio privado con alumnos provenientes de un ecosistema familiar con una renta elevada, que un centro público con alumnos cuyo principal problema es la renta. Y por lo tanto, no se pueden dar soluciones uniformes al mismo problema, independientemente de que estemos todos en el mismo barco. Y sin embargo, hay infinidad de protocolos y medidas que se deben cumplir en todos los casos, como el uso de mascarillas, la distancia de seguridad o  la higiene. ¿De verdad hay quién piensa que contamos con la misma capacidad de respuesta ante estos retos?

Subyacen problemas de fondo a los que este curso debemos empezar a hacer frente. El coronavirus ha levantado la alfombra del salón y resulta que bajo ella llevábamos años metiendo pelusilla para que no molestase: trabajo por competencias, brecha digital, gestión de conocimiento… y conciliación familiar. Para mí este es uno de los principales problemas. El señor ministro se echaba las manos a la cabeza el otro día, tildando de irresponsables a los padres que envíen a sus hijos con fiebre al cole, pero… ¿qué pasa si no pueden hacerlo de otra forma? Pues un buen chute de Dalsi y para clase. No sería la primera vez ni la última. Y que conste, esto es una decisión horrible, pero habrá que ir construyendo el camino para garantizar que no sucedan pequeñas anécdotas como ésta a lo largo del curso, digo yo, ¿no?

Vivimos tiempos interesantes, como anunciaba la antigua maldición china. Pero hemos de confiar en que las cosas saldrán bien. Esa es nuestra principal tarea y nuestro reto más importante. En este oficio hay que aparentar un optimismo dentro del aula que va parejo a la ilusión. Nuestra vida puede ser horrible, el mundo se puede desmenuzar alrededor nuestro, pero cuando nos dirigimos a los chavales, cuando este año los miremos por encima de la máscara, hemos de decirles que las cosas van a ir bien. De lo contrario los hundiríamos en la miseria nada más comenzar el curso. Quedan muchas semanas, muchos meses, por delante… y las cosas se difuminan a medio plazo, ¿nos volverán a confinar? ¿seguiremos adelante? En todo este contexto, si preguntáis mi postura, a pesar de máscaras y letra pequeña (que todavía no está escrita),  me alegro de volver a oler a pasillo, que buena falta nos hacía a todos.

En algún momento, hace unos años, me hice el cuento de la lechera pensando… “jo, cualquier día de esto hablaré a los chavales desde casa, mediante una pantalla”, y luego hemos descubierto que esto todavía es imposible, que tener a todos los chicos y chicas al otro lado del monitor resulta horrible y descorazonador. Contemplarlos ahí en frente, en medio de un ZOOM, con sus rostros ausentes, fue lo que más me dolió de toda esta situación. Muchas dinámicas se quedaron a medio resolver cuando nos confinaron, dinámicas que iban más allá de lo académico (esa alumna con problemas en casa, ese otro que estaba a punto de salir del armario y te comentaba como le iba, aquel al que le hacían bullying y le estabas ayudando…) Estas cosas forman parte de un aprendizaje que no resuelve la enseñanza online.  

En educación, los únicos que piden resultados a corto plazo son los políticos y los medios de comunicación. A cualquier padre le gustaría que sus hijos se pusieran a trabajar de repente, pero yo creo que todos son conscientes de que viven en un proceso de cambio, de aprendizaje, así que en lugar de carreras como “100 metros lisos” es mejor hablar de “Maratones”. Y es ahí donde ves que las cosas funcionan, que estamos haciéndolo bien como sociedad.

El pasado curso, por ejemplo, en nuestro insti tuvimos el caso de una niña que empezó las clases con una nueva identidad. Acabó como Andrea…, por ejemplo, y empezó como Tomás. Los más preocupados ante esta situación éramos los profesores: madre mía, cómo van a reaccionar los compañeros, cómo llevar un tema así en el aula… Pues bien, no hubo ningún problema. Los alumnos acogieron el cambio con total normalidad. Nos dieron una auténtica lección a todo un claustro de carcas con prejuicios y muy poca confianza en sus capacidades. Al final todos nos adaptamos a los cambios.

Y por ese mismo motivo creo que no es momento de adoptar actitudes derrotistas. Hemos de protestar, hemos de luchar por mejorar las cosas, pero también hemos de empezar con esperanza, aunque en ocasiones cueste encontrarla ahí metida, en lo más profundo de la caja de Pandora.

Yo solo pido que cuando todo esto acabe consigamos hacer un poco de evaluación, que seamos capaces de reflexionar, de mejorar, de sentarnos a hablar sobre hacia dónde queremos llegar con la educación en este país. Aunque aquí vuelvo a tirar de las orejas a nuestros políticos… ¿Qué le dirías a un estudiante que tiene un examen importantísimo apuntado en su agenda desde hace meses y, a pesar de los avisos, lo deja todo para el último momento y se pone a estudiar la noche de antes?

La respuesta es sencilla: que la próxima vez haga mejor las cosas, que se planifique y que estudie poco a poco en lugar de pegarse la gran empollada con cafeína hasta altas horas de la madrugada.

Y sin embargo, todos hemos hecho algo así en nuestra época de estudiantes.

Pues así nos va.


Ps. Un saludo a todos (lectores nuevos, lectores veteranos) Os pido un poco de paciencia. Voy a ir remozando el blog poco a poco.

P.